Pasolini il Grande (I)

Se cumple el centenario del nacimiento de Pier Paolo Pasolini, un genio poco conocido actualmente, quizás por los estereotipos que losan su auténtico talento. En una hipotética encuesta entre los que han oído hablar de él, la mayoría diría que fue un director de cine autor de películas escandalosas que acabó asesinado por un chapero en los suburbios de Roma. Punto. Sus facetas más conocidas y por ende más estudiadas son las de novelista, poeta, director de cine, y escritor de ensayos sobre el arte, la literatura, la lingüística y la política. Menos conocidas son sus facetas de dramaturgo, pintor, traductor y compositor de canciones.

Existen bastantes publicaciones sobre la vida y obra de Pasolini. Entre las que se han publicado este año, he tenido la fortuna de leer una obra extraordinaria, Premio Comillas, escrita por Miguel Dalmau y titulada «Pasolini, el último profeta». Recomiendo su lectura tanto a los amantes de la buena literatura como a los que pretendan ahondar en la figura y obra de P.P.P. Dalmau facilita una gran cantidad de información y lo hace de forma amena, de tal manera que el lector extraiga sus propias conclusiones sobre aquellos aspectos más conflictivos de su biografía a la vez que nos ilustra sobre la obra de Pasolini. ¿Cuáles son los aspectos que convierten al personaje en una figura realmente extraordinaria?

Su padre, Carlo Alberto, tenía el título de Quinto Conde de la Onda, se enorgullecía de su linaje nobiliario, y fue militar afiliado al partido fascista de Mussolini, mientras que su madre, Susanna Colussi, era maestra de escuela primaria. Carlo Alberto se aficionó al alcohol y padeció un par de largas estancias en la cárcel. Le quitó de la cabeza a su hijo sus ansias de pertenecer al ejército y lo encaminó hacia la formación literaria, algo que debemos agradecerle. Tener un padre fascista y alcohólico que maltrataba a su madre influenció mucho en el carácter de Pier Paolo, como también el asesinato a los 19 años a manos de una facción partisana de las Brigadas Garibaldi de su hermano Guido, que le contagió las ideas políticas asociadas a la lucha contra el fascismo. Es en este fangal que Susanna Colussi y Pier Paolo establecen un vínculo relacional muy estrecho de proteccionismo y amor mutuo hasta el final de la vida del último. Un cordón umbilical del tamaño de un gaseoducto.

Escribe Dalmau que en su colección de ensayos Empirismo herético narra el episodio donde sintió las primeras mordeduras de la carne, idénticas a las que experimentaría luego como adulto: «aquella dulzura terrible y ansiosa que se apodera de las vísceras y las consume, las quema, las retuerce, como una oleada cálida, angustiosa ante el objeto del amor». Mucho tiempo antes ya escribió en sus Cuadernos rojos: «De los chicos que jugaban me impresionaron sobre todo las piernas, la parte convexa del interior de la rodilla donde, doblándose al correr, se tensan los nervios con un gesto elegante y violento. . Veía en aquellos nervios que se disparaban un símbolo de la vida que aún tenía pendiente: me imaginaba «el ser mayor» en aquel gesto del jovencito corriendo...». Este párrafo me recordó lo que escribió Mishima en su libro «Confesiones de una máscara» al describir lo que sentía viendo a su compañero Omi entrenando en el gimnasio.

Dotado de una alta sensibilidad, a los 19 años publica su primer libro de poemas en idioma Friuli. Toda su vida defendió las diversas culturas de Italia, enfrentándose tanto a los nacionalistas como a los centralistas. Él se dio cuenta ya a mediados del Siglo XX de que había que potenciar las culturas minoritarias cuya pervivencia estaba en peligro como consecuencia de una incipiente globalización que haría perder las señas identitarias de todo aquello diferente a los estándares que imponía un capitalismo contra el que también se enfrentó, materializado en el partido Social Demócrata Cristiano. No ocultó su homosexualidad, lo que le llevó a ser expulsado del Partido Comunista por «indignidad moral» cuando fue procesado por obscenidad, de la que posteriormente fue absuelto. Pasolini era principalmente un provocador y consideraba a quien no le gustaba ni provocar ni ser provocado, un moralista. A modo de ejemplo os pongo un fragmento de una entrevista. En YouTube podéis encontrar más recortes de este tipo.

La poesía de Pasolini y su obra narrativa son consideradas su mayor aportación a la cultura italiana. Él se consideraba principalmente un escritor y así constaba en su documento nacional de identidad. Suele resaltarse como una de sus mejores obras poéticas, «Las cenizas de Gramsci». Está considerado como uno de los grandes poetas italianos del Siglo XX. Su primera obra en el género de la narrativa fue «Ragazzi di vita» (publicada en castellano por Ediciones Cátedra con el título de Los chicos del arroyo), finalista de los premios Strega. En palabras de Lluís Salvador en su blog Lecturas errantes, «En su elemento temático es tan vitalista que no puede ser sino admirable. En el mensaje que transmite, es coherente con lo que expresó durante toda su vida, que el (sub)proletariado y el campesinado habían alcanzado la burguesía, renunciando a su modo de vida y su cultura solo para permanecer sentados frente al televisor, lo que constituye un progreso y una pérdida. ¿De qué? De la inocencia, tal vez; de la identidad, más que probable. Pero también de una parte de la vida.» Otra de sus obras merecedoras de lectura es «Una vida violenta», publicada en castellano por Seix Barral en 2003 y en catalán por Edicions 62 en el año 1967. Copio un extracto de un post de José Antonio Aguado sobre esta obra: «De toda su producción literaria es “Una vida violenta” la novela que mejor retrata la belleza insolente e ingenua de los pobres, inocente y bárbara, sin sentido de culpa. Tommaso, el joven que vivía en Via dei Monti di Pietralata, es en realidad el lado oscuro de su creador. La calle está presente a lo largo de estas casi quinientas páginas de realismo literario, diálogos descarnados donde como si de una película se tratase, Pier Paolo Pasolini da rienda suelta a la lengua de sus personajes, dejando al narrador en la sombra. Hay un fondo negro en la lectura entre líneas de “Una vida violenta”: la fractura entre Historia y biografía íntima. Algo que, paradójicamente, casi cincuenta años después de haberse escrito esta novela, parece flotar sobre nuestras cabezas como una metáfora del pasado cuya sombra, como la de un viejo fantasma, se proyecta sobre el presente.»

El verano de 1959, con el encargo de la revista milanesa Successo de escribir un reportaje sobre el turismo, emprende un viaje por toda la costa italiana montado en un Fiat 1100, acompañado del fotógrafo Paolo di Paolo. Cuando llega al pueblo de Riccione donde veraneó algunos años en su niñez, queda tan consternado que escribe: «¿Quién es el idiota, el criminal que ha permitido que se pintaran todas las casas de color mierda de niño?» «Pensiones miserables y tristes, amasadas en un nuevo paseo marítimo que todavía huele a cal fresca, asfixian el pueblo antiguo, monstruo de pureza multicolor. Una riada de feos alemanes y de molestos jóvenes de interior se lo lleva todo por delante». La lunga strada di sabbia (La larga carretera de arena) va más allá de un reportaje veraniego; es una advertencia de los peligros del cambio de modelo productivo orientado al turismo, una industria que vuelve todo provinciano, en el sentido de vulgar, y que suprime la autenticidad y la cultura de cada lugar. Aún no hemos iniciado los 60.

Pasolini se empieza a encontrar desencantado con las consecuencias de la rápida transformación de Italia consecuencia del Plan Marshall y de la implantación de la democracia parlamentaria: neocapitalismo, tecnología, industria, grandes infraestructuras, y una sociedad de consumo cuyos nuevos hábitos son alentados por los nuevos medios de comunicación. Entonces decide salvar, plasmándolo en imágenes y palabras, todo aquello que se está muriendo. Es de esta manera que a través de una colaboración con la directora de cine Cecilia Mangini, realiza un documental en Martano -en el extremo del tacón de la bota italiana- para registrar algunas costumbres arcaicas, concretamente el canto fúnebre con el que se despedía a los muertos. Pasolini queda en trance al ver ese ritual mortuorio que lleva por nombre la moroloja, un ritual milenario y deciden grabar una reproducción, con los mismos actores del drama real, a excepción del joven muerto que es sustituido por un actor. Escribe Dalmau al respecto: «Todavía hoy el documental constituye uno de los testimonios antropológicos más potentes que ha dado la cultura europea en cien años. Ninguno de nosotros está preparado para presenciar las imágenes de Stendalí, suonano ancora: una larga escena rodada en el interior sombrío de una casa de pueblo a la que podéis acceder clicando en el enlace. Por primera vez, y acaso la última, el público puede acceder a un rito que a lo sumo conocía en boca de sus abuelos o a través de las páginas de las novelas». Pasolini escribe un texto que acompaña a las imágenes. Aquí os dejo un enlace al documental. El texto que se oye en italiano lo tenéis traducido al final de esta entrada. En 2011, el director Alexander Ingham Brooke realizó la película Moroloja, con narración de la misma Cecilia Mangini, revisitando el pueblo de Martano.

A finales de los 50 se habían iniciado las colaboraciones de Pasolini con Federico Fellini en los guiones de Las noches de Cabiria y La dolce vita. Fellini había leído «Los chicos del arroyo» y requirió a Pasolini por su conocimiento de los arrabales romanos, e incluso llegó a escribir algunos diálogos para la primera. En los créditos de la segunda, aparece Pasolini para sorpresa de aquellos que tienen la paciencia de esperar hasta la última imagen de las películas.

NOTA: Cuando inicié esta entrada sobre Pasolini no podía imaginarme, ni remotamente, el tiempo que me tomaría. Tras tres meses de preparación para dar forma al este contenido, debo pararme en este punto. Abordaré en una segunda entrega la parte referente a la creación cinematográfica pasoliana, a la que se volcó con la seguridad de que le permitiría crear mejores imágenes que las que había formado con la poesía. También incluiré los datos que facilita Dalmau sobre la muerte de Pasolini, que nos llevan a la cada vez más extendida versión alternativa a las causas oficiales. Espero que os queden ganas de leerla. Como siempre, vuestros comentarios serán bien recibidos.

Traducción de Andrés Catalán, del texto de Stendalí.  Canto en griego salentino (GRIKO).

Llorad, madres que tenéis hijos, llorar con todo vuestro dolor, que os salga de las hojas del alma que os abandonan antes de tiempo. Viene la muerte que no nos respeta, que a todos nos ha señalado. Llorad con luto, llorad pequeños, llorad grandes, llorad muchachos, esta flor se quedó sin fuerza y tenía tan solo dieciséis años. Yo te esperaré, yo, oh hijito mío, te esperaré hasta las tres, cuando vea que no vienes correré a buscarte al jardín y al patio. Yo te esperaré, yo, oh hijito mío, te esperaré hasta las cinco, cuando vea que no vienes correré a buscarte entre todos los familiares. Yo te esperaré, yo, oh hijito mío, te esperaré hasta las nueve, cuando vea que no vienes, perderé toda esperanza y si veo que no vienes y a las diez no apareces, a las diez me convertiré en tierra, en tierra, en tierra para sembrar. Yo te esperaré, yo, oh hijito mío, te esperaré hasta que acabe el año, y cuando vea que no vienes me ennegreceré como el hollín. Y tú, corazón quemado, llora, llora, grita siempre como un buey salvaje que te has quedado sin luz en el mundo. Si me hubieses dicho, hijito mío, que estabas a punto de marcharte, te habría preparado una cesta con toda tu ropa. ¿Quién te preparará el traje de los domingos? Ninguno de los que están aquí. Te quedarás solo. ¿Quién te lavará la camisa, hijo mío? Te la lavarán la lápida y la tierra. ¿Y quién te la podrá planchar? Te la plancharán la lápida y la tierra. ¿Quién te despertará, hijito mío, cuando esté entrado el día? Ahí abajo es siempre sueño, es siempre noche oscura


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